Si bien es cierto que la mayoría de fiestas y tradiciones podemos considerarlas como ancestrales, porque su origen se pierde en la noche de los tiempos, aunque asumidas con cariño por sus hijos de Hontoria, otras, sin embargo, tienen un calendario bien definido, y a fecha de hoy podemos establecer sin ningún genero de dudas su configuración en el tiempo y en el espacio.
 
Todo ha de tener un origen, y si me apuran un protagonista. La fiesta del Ramonajo no podía eludir estos principios. Allá por el año 1988, hace ahora veinte años, una cuadrilla de amigos encabezada por un ejemplar y carismático vecino del Ramonajo, Clemente María Zayas, popular y familiarmente conocido como Clementín, dado su carácter abierto y emprendedor, puso en práctica el celebrar con sus convecinos del barrio una popular chocolatada, como colofón a las festividades de la Asunción y de San Roque. Por eso la fiesta del Ramonajo tiene día prefijado el 17 de Agosto, como continuación a las anteriores y en parte supliendo a las otras fiestas, hoy en franca decadencia, por el escaso número de vecinos que aun perduran de lo que fue nuestro añorado  y populoso Hontoria.

A la vista del éxito cosechado con aquella dulce iniciativa, al año siguiente el número de participantes aumentó considerablemente, uniéndose a los vecinos del Ramonajo algunas de las cuadrillas más populosas del barrio, que colaboraron aportando al menú el jamón, que colgado en lo alto de la cucaña, nadie consiguió alcanzar y un cerdito que, para diversión del pueblo y completamente embadurnado de grasa, se soltó en la plaza el día de la fiesta para ver quién era capaz de cogerlo. Pero como nadie fue capaz de hacerse con el animal, se optó por sacrificarlo para la cena del Ramonajo de ese año.

Sea porque Clementín concibió planes más ambiciosos, o porque el éxito siempre invita a la ampliación, hace años que el Ramonajo ha dejado de ser una fiesta de barrio para extrapolarse a todo el pueblo con carácter general. Ya no se trata de la popular chocolatada casi familiar de antaño, ahora todo el pueblo, ataviado con el típico pañuelo del Ramonajo, y por supuesto cuantos forasteros lo deseen, porque la hospitalidad es una virtud, están invitados a participar en la cena que el barrio del Ramonajo organiza con maestría digna en encomio, donde el buen yantar, la música contratada y la presencia de las primeras autoridades, dan rango de fiesta quasi-oficial.

La organización y administración de esta fiesta corre a cargo de los vecinos del Ramonajo, que con ejemplar sentido de colaboración en todas las tareas, días después se reúnen para “pasar cuentas y levantar acta” de la celebración.

Es una genuina plasmación de que la unión hace la fuerza, y si esta fuerza se emplea para animar y mejorar el espíritu con confraternización, tanto mejor redundará en el ambiente.